Manuel
Llanga, de la tercera edad, trabaja como minador desde hace 25 años en Quito.
Manuel Llanga tiene 65 años y ha
dedicado los últimos 25 al trabajo más duro por la defensa del medioambiente:
el reciclaje. No por conciencia ecológica sino por necesidad. A las 4:00 am se
prepara mirándose en un trozo de espejo en un costado de su humilde cuarto
ubicado en Corazón de Jesús, norte de Quito. Se coloca una vetusta chaqueta de
cuero, toma con su mano derecha un tubo de acero de un metro de largo y con la
otra un sin número de costales que le han regalado el día anterior en una
panadería cercana.
Manuel trabajó en la construcción de la
ciudadela Carcelén en los 80’s. Una tarde asegurando un techo perdió el
equilibrio y cayó al vacío. Esos tres pisos lo condenaron a la cama durante 10
años y a una cojera permanente. Los jefes de obra no se hicieron responsables, tampoco
el Banco Ecuatoriano de la Vivienda, garante del proyecto. Su esposa lo dejó y
sus hijos, aún pequeños, se hicieron cargo de él y no les quedó más
que dedicarse a esta actividad.
Es jueves. Mientras sube por la Calle Sucia, conexión entre Corazón de
Jesús y Carcelén Alto, Manuel va pinchando con su tubo las fundas de basura
agrupadas en las esquinas y postes de luz. “Cuando está más durito es seguro que
hay cartón, pero hay que estar atentos a cómo suene para saber si es plástico,
pagan bien por el kilo”. La empresa a la que entrega el material le devuelve 5 centavos de
dólar por cada kilo de cartón sin grapas y sin cintas; y, 7 por cada contenedor
de plástico de más de 2 litros de capacidad, que además deben ser gruesos.
Uno nunca sabe con qué se puede
encontrar al abrir una funda de basura, “la gente no sabe separarla, todo mete
ahí”. Y es que él ha encontrado desde pañales usados hasta perros muertos. En
su trayecto por Carcelén tiene que marcar bien su ruta para no perder tiempo,
tendrá que revisar aproximadamente 20.000 fundas antes de las 09:00 am, hora en
que llega la empresa de recolección de basura de Quito. Además, debe cuidar de no
encontrarse con otros minadores, pues, como él, son muy territoriales. Me
muestra cicatrices de navajazos en sus brazos.
En la ciudadela, pocas son las familias
que le entregan material escogido. Más adelante se encuentra con 3 de sus
colaboradoras, traen carretillas consigo y cargan los costales repletos, son
Josefina, Marcela y Mariagracia. Ellas llevan varitas de madera largas y el
trabajo de “pinchado” se vuelve más ágil. A ellas les interesa recolectar
cubetas de huevo vacías. “A los jóvenes les interesa esas cajitas, pagan 5
centavos por cada una y dicen que se puede reducir el ruido cuando hacen su
música”, comenta Marcela mientras quita cáscaras de huevo de uno de estos
envases.
A las 9:00 am llegan a la Súpermanzana
“C”, extremo sureste de Carcelén Alto, donde finalmente descargan los gordos sacos.
Los vecinos allí están organizados desde hace algún tiempo y le colaboran a
Manuel guardando el material que, junto con su equipo, ha recogido hace dos
días. También le llevan las cubetas, cartones de leche y yogurt vacíos. La
empresa municipal comienza su recorrido. “Ellos son bien enojones y hasta saben
poner multas cuando le encuentran a uno revisando”, señala Manuel mientras se
saca la chaqueta de cuero.
Es en el estacionamiento de ese sector
de Carcelén, la 'C', donde comienza otro proceso del trabajo. Todo el material
es puesto en el piso para ser “deshuesado” y organizado. Manuel desarma los
cartones, les saca las grapas y las cintas de embalaje. Los apila. A los
envases plásticos les arranca las etiquetas, los lava y pone las tapas en otro
costal. Esta actividad puede tomar todo el día, por eso su hijo mayor, Manuel
Jr., llega en su pequeña camioneta Datsun 1000 a las 3:00 pm.
Ya en la empresa de acopio un gran
cartel en la entrada avisa: “no se acepta papel de comercio”; y otro: “desde
Junio: por el kilo de cartón se dará $0,03 dólares”. El encargado de la tarde
pesa el material, hace anotaciones, informa al grupo que a la empresa le han
subido los impuestos y que por eso les van a pagar acumulado y a fin de mes.
Manuel frunce el ceño y sale sin despedirse. “Siempre nos han pagado el día,
pero desde que entró este municipio a dizque regular nos han perseguido a todos,
creo que a ellos no les interesa reciclar”.
Son las 8:00 pm y todo el grupo regresa
a Corazón de Jesús. Allí meriendan lenteja con arroz y huevo frito. Conversan
del trabajo del sábado antes de despedirse. El fin de semana la gente de
Carcelén está en sus casas hasta tarde y la empresa municipal aparece a las
11:00 am. Las calles suelen tener mucha más basura y se tiene la oportunidad de
obtener un poco más de ingresos para fin de mes.
SW
No hay comentarios:
Publicar un comentario